“La energía de la mente es la esencia de la vida” (Aristóteles)
Los vampiros existen. Tal vez no se parezcan a los retratados en innumerables novelas y películas de ciencia ficción, criaturas condenadas a las sombras de la noche y sedientas de sangre. Tampoco se acercan demasiado a las descripciones folletinescas de héroes románticos atormentados, aunque no son ajenos al tormento. Salen a la luz del día, y no se amilanan ante las ristras de ajos ni el agua bendita. Si observamos detenidamente a nuestro alrededor, podremos detectar las señales que los distinguen. La más evidente es el agotamiento de quienes se relacionan con ellos. No en vano, se alimentan de la energía ajena como los vampiros lo hacen de sangre, succionando la alegría, el bienestar y el entusiasmo de quienes se cruzan en su camino. De ahí que se les conozca como “vampiros energéticos”.
Todos nos hemos encontrado con alguno en un momento u otro de nuestra vida. Puede que incluso formen parte de nuestro círculo más cercano. No importa la cantidad de tiempo que pasemos con ellos, o la frecuencia con la que compartamos nuestros encuentros. Siempre nos sentiremos cansados y débiles tras esa interacción. Por lo general, se trata de personas que tienden a orbitar alrededor de su propio ombligo. Viven tan centrados en sí mismos, en sus problemas, circunstancias y necesidades que apenas queda espacio para nada más. De ahí que suelan construir un discurso repetitivo, además de jugar a menudo la carta del victimismo. Les cuesta mucho “ver” a la persona que tienen delante, a quien a menudo utilizan meramente como “basurero emocional”. Suelen ser rápidos a la hora de emitir opiniones y prodigarse en críticas y descalificaciones, y a menudo son hábiles manipuladores. Y es que aunque carecen de colmillos, no dudan en morder.
A grandes rasgos, existen dos tipos de vampiros energéticos. En primer lugar, están los que acuden a nosotros constantemente para contarnos sus problemas. Suelen jugar a la perfección el papel de víctimas, buscando que sintamos lástima y pena por ellos. Y pese a nuestros esfuerzos, nunca parecen asumir la responsabilidad de sus acciones, ni hacer nada para cambiar o transformar la raíz de sus problemas. Son como agujeros negros, capturando y haciendo desaparecer cualquier rayo de luz que se atreva a asomarse a su vacío.
En segundo lugar, están quienes avasallan sin contemplación, actuando con un permanente aire de superioridad. El juicio es su deporte favorito, y son campeones en la disputada categoría de quejas y lamentos. En vez de valorar y agradecer nuestras respuestas y propuestas, se dedican a descartarlas o descalificarlas sin más. Tienen la sutileza de un “bulldozer” y la misma capacidad de destrucción. Aunque somos conscientes de cómo nos sentimos tras relacionarnos con ellos, ya sea por costumbre, por amabilidad o por educación, solemos permitir que nos asalten emocionalmente y drenen nuestra energía. Y puesto que en un momento u otro nos veremos obligados a interactuar con ellos, tal vez sería interesante cuestionarnos cuál es la mejor manera de lograrlo sin salir gravemente perjudicados en el proceso –o sin tener que recurrir a las estacas y a las ristras de ajos. El precio de ser un pesado.
“No hay mayor esclavitud que decir sí cuando se quiere decir no” (Baltasar Gracián)
El primer paso para dejar de ser tan vulnerables ante los vampiros energéticos es dedicar algo de tiempo a valorar qué tipo de relaciones queremos establecer con ellos. Podemos partir de la base de que no vamos a hacerles cambiar de actitud ni de hábitos. Ese cambio sólo se produce cuando ellos mismos asumen el compromiso de transformar su manera de actuar y de comunicarse. En este escenario, lo único que nos queda es aprender a marcar los límites necesarios para preservar nuestra salud emocional. Y para ello, tenemos que empezar por priorizar nuestras necesidades y respetar nuestro tiempo. No se trata de cortar la relación con alguien a quien apreciamos, sino de saber mantener la distancia cuando el vampiro en cuestión nos avasalle en modo “incontinencia verbal tóxica“.
Para lograrlo, podemos dejar de tomarnos sus tretas y hábitos egocéntricos como algo personal. En esos momentos, resulta útil observar a nuestro interlocutor y verificar que probablemente tendría la misma actitud con cualquier otra persona. Eso no justifica su conducta, pero nos puede ayudar a tomar perspectiva de la situación y dar cabida a una respuesta más consciente y meditada, en vez de la reacción impulsiva habitual, que termina por dejarnos agotados. Al fin y al cabo, si permitimos que la conducta manipuladora de los demás nos provoque una reacción impulsiva y dañina, los primeros que saldremos perjudicados somos nosotros. Con ello no sólo no conseguiremos la respuesta que esperamos, sino que terminaremos exhaustos a causa de la intensidad de nuestras emociones y decepcionados por el resultado de la interacción.
Al cambiar nuestra manera de responder -interna y externamente- ante los estímulos de siempre, podremos lograr que los vampiros energéticos se vean en la tesitura de tener que actuar a su vez de forma distinta. El objetivo es hacer de espejo a nuestro interlocutor, en vez de alimentar una conversación condenada a la esterilidad. En última instancia, los vampiros energéticos pierden el control cada vez que la realidad no se adapta a sus expectativas, y eso les convierte en esclavos de sus circunstancias. De hecho, sus palabras, conductas y actitudes denotan una profunda falta de responsabilidad y madurez. De ahí la importancia de cuestionarnos qué podemos hacer nosotros para cambiar la dinámica de esa relación.
Si aspiramos a cambiar el feedback que recibimos de nuestras relaciones, tenemos que empezar por transformar nuestra manera de comunicar. En una interacción sana, la conversación y la energía fluyen entre dos personas con un equilibrio palpable. Cada uno tiene su espacio para compartir, comentar y responder, y hay espacio para la escucha y la reflexión. Cuando se dan estas circunstancias, las conversaciones que mantenemos nos nutren como lo haría una buena comida. Nos dejan con las cosas más claras y las pilas cargadas por la alegría del disfrute compartido. Los vampiros energéticos nos proponen lo contrario. Una relación que, aunque no lo parezca, es unidireccional, cansada, fuente de conflicto, frustración e insatisfacción. Llegados a este punto, tal vez sea el momento de plantearnos algunas preguntas incómodas. ¿Qué sucede si nos encontramos al otro lado del espejo? ¿Y si nosotros somos los vampiros energéticos? Entre las leyendas y la realidad.
“Las personas perdemos energía buscando excusas por no ser lo que podríamos llegar a ser y no invertimos la suficiente en respetarnos a nosotros mismos” (Michael Straczinsky)
Tras el ejercicio de honestidad que requiere responder a esta pregunta, puede que resulte útil tratar de detectar las señales que nos definen como “vampiros“. ¿La gente nos corta cuando hablamos? ¿Nos ponen excusas para quedar? ¿Desconectan cuando les estamos explicando nuestras vicisitudes? Si nuestra forma de actuar genera que las personas se alejen de nosotros, nos eviten, y nos cuelguen la etiqueta de “pesados”, tal vez sea el momento de cambiar nuestra manera de relacionarnos con los demás. Si aspiramos a construir relaciones más sanas y satisfactorias, tenemos que empezar por hacer un poco de autocrítica. Es la forma más directa de conseguir sumar en perspectiva. De ahí la importancia de preguntarnos: ¿Qué resultados obtenemos de nuestras interacciones? ¿Son de bienestar? ¿O más bien todo lo contrario? Llegados a este punto, quizás valga la pena recordar la definición que hizo Einstein de la locura: “Hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
Contrariamente a lo que afirman los mitos y leyendas, existe cura para el vampirismo. No se trata de una poción mágica, sino de un trabajo personal que requiere de grandes dosis de honestidad, humildad y compromiso. Implica enfrentarnos a nuestra imagen en el espejo y atrevernos a observar el reflejo que nos devuelve. En última instancia, nosotros somos nuestro peor enemigo. Si en vez de succionar la energía ajena nos dedicamos a cultivar la nuestra, empezaremos a cambiar la dinámica de nuestras relaciones. Podemos optar por quedarnos estancados en las tinieblas y vivir de energía prestada –cargada de frustración e insatisfacción–, u optar por ser personas que aportan, que demuestran un interés genuino por los demás y construyen relaciones empáticas y auténticas.
Fuente: https://sanacionholisticasalamanca.wordpress.com/2014/02/03/vampiros-energeticos/
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