martes, 4 de agosto de 2009

Pandemia del Alma


Autor: Guillermo Urbizu | Fuente: www,guillermourbizu.com
¿Qué esperamos para sacar conclusiones, para mirar al cielo y dejar de tener miedo? La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance. Es Dios. En Persona.

El mundo ha entrado en trepidación. Los gobiernos intentan poner calma. Las familias -sobre todo las mejicanas- están asustadas. La gente tiene miedo. Y es el que el hombre, por más que fanfarroneemos, es un ser débil, expuesto a muchos peligros. Creemos que no puede suceder nada y que siempre les va a ocurrir las calamidades a los otros. El hombre del siglo XXI se enorgullece de su ciencia y de su tecnología, de un poder que parece indestructible. Pero el caso es que seguimos muriendo. Cada día hay catástrofes y vandalismos, asesinatos y suicidios, hambre y agonía… El hombre no está tan seguro como aparenta. Ni tan feliz. La angustia destroza la esperanza, y la soberbia nos paraliza el sentido común. Y ya ven: un simple virus, algo microscópico, causa estragos. Nos podemos morir. Y es que vivimos ausentes de Dios y obcecados en innumerables patrañas. Con el alma olvidada en algún rincón, a la intemperie.

Y es que el hombre es muy dado a olvidar, a disimular entre ruidos, juegos y mentiras aquello que podría resultar molesto a su cómoda vida. Mejor no pensar en exceso, hacer unos oportunos regates a la conciencia y no comprometerse con la verdad. Y llamamos vida a pasar horas aletargados ante la televisión o internet, a comprar sin medida, a presumir de lo que carecemos o a utilizar el sexo según sea la apetencia del día. Por ejemplo. Es como una anestesia. Y conseguir las cosas sin esfuerzo es una constante postmoderna que caracteriza a nuestra sociedad y a la educación de nuestros hijos. De ahí tanto fracaso escolar, universitario y existencial. Y nadie quiere saber nada del dolor. Sobre todo del propio, claro. Sólo es lícito el placer y el dispendio. Nada, nada de sufrimiento. No se concibe en una mente moderna, envalentonada en su soberbia y prosapia.

Pero el miedo nos hace sufrir. El miedo a lo imprevisto. El miedo a la enfermedad (aunque la posibilidad sea muy remota). El miedo a morir. El miedo a la realidad.
El miedo es el peor de los virus.
Y se tiene miedo porque basamos casi toda nuestra existencia en hacer oídos sordos al amor de Dios. Por eso, cuando llegan circunstancias así -en este caso la propagación del virus A/H1N1- es bueno pensar un poco en qué estamos haciendo con nuestras vidas. Pensar si de verdad somos felices o nos estamos conformando con lo más rudimentario. Reflexionar sobre el sentido de lo que ocurre en el mundo y a nuestro alrededor. Porque todo tiene un sentido que es preciso descubrir. Y una providencia. No somos producto del azar ni somos sólo genomas o un variopinto muestrario de células mortales. Somos más porque somos hombres. Y somos hombres porque tenemos alma. ¿Qué esperamos para sacar conclusiones, para mirar al cielo y dejar de tener miedo?
La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance. Es Dios. En persona.

Comentarios al autor: guilleurbizu@hotmail.com

www.guillermourbizu.com

FUENTE: Catholic.net

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