
Autor: Guillermo Urbizu | Fuente: www,guillermourbizu.com
¿Qué esperamos para sacar conclusiones, para mirar al cielo y dejar de tener miedo? La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance. Es Dios. En Persona.
El mundo ha entrado en trepidación. Los gobiernos intentan poner calma. Las familias -sobre todo las mejicanas- están asustadas. La gente tiene miedo. Y es el que el hombre, por más que fanfarroneemos, es un ser débil, expuesto a muchos peligros. Creemos que no puede suceder nada y que siempre les va a ocurrir las calamidades a los otros. El hombre del siglo XXI se enorgullece de su ciencia y de su tecnología, de un poder que parece indestructible. Pero el caso es que seguimos muriendo. Cada día hay catástrofes y vandalismos, asesinatos y suicidios, hambre y agonía… El hombre no está tan seguro como aparenta. Ni tan feliz. La angustia destroza la esperanza, y la soberbia nos paraliza el sentido común. Y ya ven: un simple virus, algo microscópico, causa estragos. Nos podemos morir. Y es que vivimos ausentes de Dios y obcecados en innumerables patrañas. Con el alma olvidada en algún rincón, a la intemperie.
Y es que  el hombre es muy dado a olvidar, a disimular entre  ruidos, juegos y mentiras aquello que podría resultar molesto a  su cómoda vida. Mejor no pensar en exceso, hacer unos  oportunos regates a la conciencia y no comprometerse con la  verdad. Y llamamos vida a pasar horas aletargados ante la  televisión o internet, a comprar sin medida, a presumir de  lo que carecemos o a utilizar el sexo según sea  la apetencia del día. Por ejemplo. Es como una anestesia.  Y conseguir las cosas sin esfuerzo es una constante postmoderna  que caracteriza a nuestra sociedad y a la educación de  nuestros hijos. De ahí tanto fracaso escolar, universitario y existencial.  Y nadie quiere saber nada del dolor. Sobre todo del  propio, claro. Sólo es lícito el placer y el dispendio.  Nada, nada de sufrimiento. No se concibe en una mente  moderna, envalentonada en su soberbia y prosapia.
Pero el miedo  nos hace sufrir. El miedo a lo imprevisto. El miedo  a la enfermedad (aunque la posibilidad sea muy remota). El  miedo a morir. El miedo a la realidad. 
El miedo es el peor de los virus.
 Y se tiene miedo  porque basamos casi toda nuestra existencia en hacer oídos sordos  al amor de Dios. Por eso, cuando llegan circunstancias así  -en este caso la propagación del virus A/H1N1- es bueno  pensar un poco en qué estamos haciendo con nuestras vidas.  Pensar si de verdad somos felices o nos estamos conformando  con lo más rudimentario. Reflexionar sobre el sentido de lo  que ocurre en el mundo y a nuestro alrededor. Porque  todo tiene un sentido que es preciso descubrir. Y una  providencia. No somos producto del azar ni somos sólo genomas  o un variopinto muestrario de células mortales. Somos más porque  somos hombres. Y somos hombres porque tenemos alma. ¿Qué esperamos  para sacar conclusiones, para mirar al cielo y dejar de  tener miedo? 
La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance. Es Dios. En persona.
Comentarios al autor: guilleurbizu@hotmail.com
www.guillermourbizu.com
FUENTE: Catholic.net
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