jueves, 20 de noviembre de 2008

"Colonia emporio de la DROGA" ...importante testimonio

Karem habla desde la experiencia "Colonia es un emporio de la droga"
Enviado el Lunes, 17 de Noviembre del 2008


A los trece años alguien lo invitó con un "porro"... A partir de ahí se transformó en adicto. A los 15 comenzó a robar, primero a la familia y después en comercios para comprar cocaína.

A los 17, aquel niño-adolescente, inteligente, estudioso, buen compañero, había cambiado radicalmente. No estudiaba, vestía en forma desprolija, dormía poco, dejó su amigos del barrio, de toda la vida y salía permanentemente con nuevos "amigos", mayores que él. Transformó su vida y por ende la de su familia, en un caos.

Hoy Leandro está internado en tratamiento por su adicción. Karem, su tía, contó a EL ECO, una historia y un presente que jamás pensó vivir. Llegamos a su casa, nos esperaba. Demoró en atendernos porque "estaba hablando por teléfono con Leandro", así nos dijo con una amplia sonrisa cuando nos abrió la puerta. Nos invitó a ingresar al comedor. Una joven y bonita mujer, en una casa decorada combinando madera trabajada y rústica. ¿Qué más puede pedir Karem?, si se la mira exteriormente. Nada vale, si los seres queridos no están bien. Y en su caso, que crió a su sobrino desde que tuvo un año, vivió el calvario de la droga, como testigo. "Tres años pasé buscando que Leandro" saliera de ese sub mundo. "Miren mi agenda, está llena de direcciones. No sabía qué hacer", hasta que descubrió la Fundación Manantiales, y por orden judicial, su sobrino fue internado. Pero mejor veamos el testimonio de Karem.

–¿Cómo ingresó Leandro a las drogas? –
Por probar, como cuando probás un cigarro por primera vez. En ese entonces tenía 13 años, iba al liceo, era estudioso, tranquilo, nada que ver a cómo llegó a estar los dos últimos años: no comía, no dormía... Probó un porro para ver cómo era, comenzó con unas pitadas, después un porro entero, de ahí pasó a tres y así hasta llegar a la cocaína, al éxtasis. Consumía cualquier cosa... Llegó a tomar 40 pastillas con una botella de whisky. Mi marido, que es médico, dice que no sufrió un paro cardíaco porque tiene un Dios aparte. La desesperación de él por drogarse era tanta que hacía cualquier cosa. Yo no me di cuenta hasta que me trajeron ocho paquetitos con droga que le encontraron en la casa de los abuelos. En mi vida había visto un porro. No puedo describir la sensación que eso me causó, me quería morir. Nunca pensé que se había transformado en un drogadicto, sino hubiera actuado antes. Pensaba que todo estaba bien porque conversábamos siempre de todos los temas, sin tabúes. Cuando me enteré, me cayó la ficha -como se dice- y comencé con cartas, llamadas telefónicas buscando un lugar para que se recuperara, me pedían hasta 1500 dólares por mes en las clínicas privadas y en las públicas ni pagando lo internaban. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para sacarlo de las drogas, hasta pedir un préstamo de lo que fuera para que lo atendieran. –¿Qué cambios fue experimentando Leandro en su proceso de drogadicción? –Su aspecto físico no era el de antes que combinaba la remera con el pantalón. A lo último se ponía cualquier cosa, estaba desprolijo, con pirsing, aritos, se quería hacer rastas, se había teñido el pelo, andaba con camperas con capucha y gorro y se ponía ropa grande. Era un desastre. Había cambiado el humor, nos agredía verbalmente todo el tiempo, salía y volvía a cualquier hora. Yo asociaba sus cambios a la junta de amigos que tenía, mayores que él, que yo no conocía, se había apartado de sus amigos de siempre, los del barrio, los de toda la vida. Hasta ese entonces (15 años) en el Liceo andaba bien, era buen compañero, deportista, los padres de sus compañeros de clase lo querían mucho por cómo era, respetuoso, tranquilo. Cuando supimos que se drogaba fue el tiempo en que comenzó su gran decadencia: no estudiaba, perdió dos años de Liceo porque decía que iba y no era cierto. Pero igual, Leandro no admitía que se drogaba, siempre lo negó. Cuando le mostramos los paquetitos que encontraron en la casa de sus abuelos dijo que eran de un amigo. Entonces le dije, “vamos a la casa de ese muchacho” y él me respondió que si íbamos adelante de su familia iba a decir que eran de él para cubrirlo. No admitió nunca que se drogaba. Lo negó siempre, rotundamente.

–¿Qué más llegó a hacer a causa de la droga? –A robar. Un día me sacó toda la plata del monedero, era la jubilación de mis tíos que yo les cobraba porque vivían en Montevideo, mi sueldo y el dinero de un préstamo. El se comportó en forma normal. Jamás sospeché. Cenamos como siempre y se fue a acostar. Él demostraba cero culpa. Al día siguiente, se levantó y a eso de las nueve me dijo, “bueno tía me voy” a la casa de menganito o fulanito, de eso hace dos años, ya no podíamos con él. Voy a hacer las compras, abro el monedero para pagar y estaba vacío. No había otra persona más que él que me pudiera sacar la plata. Lo llamé y me respondió con descaro que él no había sido. Negaba todo, incluso frente a las evidencias, como cuando los porros. Un día salió de la casa de sus abuelos con el DVD debajo del brazo, fue cuando lo denuncié a la Comisaría del niño y la mujer. Me dijeron que más de intentar recuperar la plata no podían hacer porque era menor de edad. Yo no quería la plata, quería saber a quién le entregaba las cosas por droga, porque antes se había llevado la cámara digital, la agenda digital, dinero,.. y otras tantas cosas de casa. Le decía que hacía eso para comprar drogas y lo negaba a muerte. –Si llegó al extremo de robar y mucho dinero ya no sería marihuana lo que consumía. –Comenzó con marihuana a los 13 años. Cuando pasó a la cocaína ya era otra cosa, porque mientras un porro sale 30 o 40 pesos, una línea -como le llaman- a la cocaína, cuesta 400 pesos. Y no es una por día la que consumen. Llegó hasta robar 50 mil pesos en un kiosco del barrio. La dueña lo descubrió y le sacó el dinero, sino hasta ahora yo estaría pagando esa deuda. Llegan a hacer cualquier cosa, hasta meter la cabeza en un tanque de nafta, pastillas,... Lo único que no consumió fue la pasta base porque le tenía miedo, nos contó después. Se drogaba junto con otros, ahí abajo en los galpones de AFE. Si uno pasa los domingos entre la una y las tres de la tarde ve a los muchachos drogándose, yo llegué a ver a Leandro. También le dije a una madre, pero no sé, quizás no pudo hacer nada. Ahora me doy cuenta cuando los muchachos se drogan, porque es característico verlos en los galpones de AFE, en las canteras, en El Álamo o se juntan en alguna casa. Le preguntaba qué sentía, por qué se drogaba. Me decía que es como el alcohol, te pega según cómo estés: “te pone agresivo, te da por llorar, estar contento. A mí la droga me hacía matar de la risa. En Colonia nos aburríamos y para evitarlo nos drogábamos”. Otro de los motivos, en forma indirecta, porque tenía a sus padres ausentes. –¿Se creía la oveja negra de la familia? –Leandro ya internado expresó: ¿por qué mi tía y mi abuela son las que me crían y no papá y mamá. Cuando él tenía un año se separaron los padres, formaron nuevas parejas y tuvieron otros hijos. Nosotras nos ocupamos de Leandro y como no tengo hijos... Ahora que está en recuperación, durante una terapia me dijo: “Yo a vos no te reprocho nada, demasiado hiciste”. El ahora ve los defectos y virtudes de su familia, está aprendiendo a quererla así como es. –Además de ir a la Comisaría del niño y la mujer, ¿dónde más lo denunciaste? –En Narcóticos de Colonia y en Montevideo allá me dijeron que correspondía que hablara en Narcóticos de Colonia. Cuello de Colonia me dio un teléfono que era “reservado” para casos como el de Leandro. El día que me robó todo el dinero, hablé con Cuello y le dije que había ido a Carmelo, quizás a comprar drogas, que venía en un auto de tales y tales características particulares. Nadie hizo nada. Leandro llegó a las 9 de la noche a cenar, porque era su cumpleaños, como si nada hubiera pasado. Jamás me llamaron de la Jefatura para decirme algo. –¿Consideras que hay muchas bocas de venta de droga? –Hay muchos “pases”, así lo llaman ellos. Ya he aprendido todos los términos. De los pases se ocupa gente de todos los niveles sociales, con y sin plata. Estando ahora en recuperación, Leandro me contó que es fácil darse cuenta dónde hay porque se ven tres o cuatro muchachos parados en cada esquina. Es como que se la van pasando.
Colonia es un emporio de la droga. De 40 compañeros que tenía, 38 se drogaban, de los dos que no lo hacían uno había dejado y el otro nunca había probado. Así pasa en Colonia, en el Liceo, fuera de él... Nunca se sabe de dónde sale la droga, viene por tierra, por aire, por agua, de Carmelo, de Punta del Este, de Montevideo, de Argentina. De todos lados. No sé. –¿Cómo lograste internarlo en la Fundación Manantiales? –Me enteré que por orden judicial podía ingresarlo a un lugar de recuperación. El juez de familia, como era menor, dispuso lo que se llama “internación compulsiva para tratamiento”. Así es que desde febrero está en Manantiales (Montevideo). No tengo palabras para agradecer todo lo que ahí hacen por él. Es un grupo humano espectacular el que atiende la Fundación. Este fin de semana (el pasado) va a ser su tercera salida a Colonia. Todos los viernes vamos a la terapia de familia, nos turnamos, una vez va su madre, su padre o yo. Y lo visitamos cada 15 días, los domingos. Vamos todos apretados en auto. No es barato porque tenemos el viaje, la comida nuestra, llevarle cosas a él. Lo importante es lograr que esté bien. El tratamiento dura entre 12 y 14 meses, todo depende del apoyo y de él. –¿Cómo es el régimen diario? –
Manantiales es una Fundación privada, existe en Uruguay, Argentina y Brasil. Tiene un grupo de profesionales, les hacen terapia en grupo, individual y con la familia. Son como cuarenta varones internados, viven en una casa grande, todo muy precario. Comen lo que hay, lo que las familias le llevan. Reciben todo con suma gratitud. A Leandro, por ser menor, lo internaron a través del Inau. Yo no tengo que pagar nada, sólo colaborar. Ahora tengo números de rifa porque a las fiestas los chicos las pasan allá. Trabajan todo el día. Hacen absolutamente todo. Se levantan a las 7 de la mañana y se encargan de todo, desde tender las camas, lavar, cocinar. Cambian totalmente los hábitos. Como los van ascendiendo, a Leandro ahora le toca la cocina. Comen lo que tienen, lo que reciben de donaciones. Hace un rato me pidió recetas para hacer con bizcochuelos que les donaron.
–Efectivamente ha cambiado–
Sí, en todo. En la manera de hablar, está tranquilo, recuperó el peso. Su mentalidad cambió. Me dice, “tía todo lo que me perdí”. Incluso como que perdió la memoria. Cuando cumplió los 18, le hice un video con el tema que dice Sueña por un mañana mejor, puse fotos desde cuando la mamá estaba embarazada de él, cuando se casaron sus padres, sus fiestas escolares en la que iban sus padres a verlo. De Manantiales no puse nada porque es otra etapa. Cuando vio el video dijo: “todo lo que me perdí de disfrutar con mis padres”. Este año su padre fue para el Día del Padre y para Leandro fue como la primera vez que pasó con su padre, no se acuerda de lo pasado. Lo mismo para el Día de la Madre.
–¿Como ha sido su regreso a Colonia? –
Lo dejan 24 horas. Está feliz. El último fin de semana que vino, hace como un mes, estaban todos los abuelos, los hermanos, aunque no queríamos abrumarlo demasiado, fuimos dosificando un poco las visitas, como en la familia somos como 20 porque sus padres tienen hijos (tres mi hermana y cuatro el ex esposo), los abuelos son cinco en definitiva porque uno, aunque no lo es lo siente como nieto y él como abuelo. Por cuidados, no puede andar solo cuando viene. Un día se cruzó con uno de la barra que tenía, lo saludó y más nada. El dice que cuando está aquí quiere estar en Manantiales y cuando está allá quiere estar en casa. Pero sabe que no puede estar acá. –¿Qué piensas ahora después de todo lo vivido? –La esperanza es lo último que se pierde, yo estuve tres años y medio luchándola, golpeé puertas hasta el cansancio y me cerraban todas. Igualmente seguí porque alguna iba a encontrar abierta. Me propuse internar a Leandro porque de otra forma no salía, su decadencia era total. A los padres que están en la situación que pasamos nosotros, les digo que con voluntad se puede, con el apoyo de la familia se logra. Hay un largo camino por delante. Si Dios quiere en marzo o abril Leandro saldrá, comenzará otra etapa, no sabemos cómo será. Repito, la esperanza es lo último que se pierde.

FUENTE: http://www.elecosemanario.com.uy/modules.php?name=News&file=article&sid=1660



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